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4 de diciembre: San Juan Damasceno, doctor de la Iglesia




San Juan Damasceno, el primero de la larga fila de aristotélicos cristianos, fue también uno de los dos grandes poetas de la Iglesia oriental. El santo pasó su vida entera bajo el gobierno de una califa mahometano y este hecho muestra el extraño caso de un Padre de la Iglesia cristiana, protegido de las venganzas de un emperador, cuyas herejías podía atacar impunemente, ya que vivía bajo el gobierno musulmán. Fue uno de los más grandes y fuertes defensores del culto de las sagradas imágenes en la amarga época de la controversia iconoclasta. Como escritor teológico y filósofo, no intentó nunca ser original ya que su trabajo se redujo más bien a compilar y poner en orden lo que sus predecesores habían escrito.

A pesar de su formación teológica, no parece haber considerado al principio, otra carrera sino la de su padre, Jefe del departamento de recaudación de impuestos, a quien sucedió en su oficio. En la corte podía llevar libremente una vida cristiana y ahí se hizo notable por sus virtudes y especialmente por su humildad. Sin embargo, el santo renunció a su oficio y se fue de monje a la "laura" de San Sabas, lugar donde escribió sus primeras obras contra los iconoclastas, compuso himnos y poemas. El resto de su vida la pasó escribiendo teología y poesía en San Sabas, donde murió en a una edad avanzada.

Oración de San Juan de Damasceno para pedir protección a la Virgen

Nadie está en el cielo

más cerca de la Divinidad simplicísima que tú

que tienes asiento sobre la cumbre de los querubines

y sobre todos los ejércitos de los serafines,

y por esto no es posible que tu intercesión sufra repulsa,

ni que sean desatendidos tus ruegos.


No nos falte tu auxilio

mientras vivamos en este mundo perecedero;

alárganos tu mano,

para que,

obrando las obras de salud

y huyendo de los caminos del mal,

demos seguro el paso de la eternidad.


Por ti esperamos que,

al cerrar a este destierro los ojos de la carne,

se abrirán los del alma

para anegarse en aquel piélago

de soberana hermosura,

de suavísimos deleites,

por el cual, ansiosamente,

suspiran las almas regeneradas

y que nos anunció y mereció Cristo Señor nuestro

haciéndonos ricos y salvos.


A El por ti, Señora,

rendimos gloria y alabanza,

con el Padre y el Espíritu Santo,

ahora y siempre por los siglos de los siglos.


Amén.


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