Del déficit a la inundación récord: La inestabilidad climática que pone en jaque la cosecha de Junín y la Provincia
La relación entre los eventos extremos de 2025 (lluvias históricas e inundaciones) y los pronósticos de sequía para fin de año revela la fragilidad del sector agropecuario. El desafío es gestionar un clima que oscila entre el exceso de agua y los déficits críticos, con infraestructura hidráulica insuficiente.
El análisis cruzado de las noticias sobre clima e inundaciones en Junín y la región del noroeste bonaerense dibuja un escenario de extrema inestabilidad hídrica. El año 2025 ha estado marcado por eventos de lluvia récord que han saturado el suelo y provocado inundaciones en miles de hectáreas, afectando gravemente la producción. Sin embargo, los reportes climáticos advierten que esta racha húmeda podría estar cerca de su fin, con pronósticos de déficits de precipitaciones y temperaturas superiores a lo normal para el trimestre noviembre-enero.
Este patrón de extremos climáticos —pasar bruscamente de la inundación a la posible sequía— subraya la alta vulnerabilidad del sector agropecuario y la necesidad urgente de una planificación hídrica. Las noticias sobre el clima confirman que la región está expuesta a la oscilación de fenómenos globales, pero las consecuencias devastadoras de esta inestabilidad se magnifican por la falta de infraestructura adecuada para gestionar tanto el excedente como la escasez de agua.
El desafío actual es doble: por un lado, gestionar las zonas aún anegadas y los caminos rurales intransitables, y por el otro, prepararse para un posible escenario de déficit que complique la siembra y el desarrollo de los cultivos de verano que lograron implantarse.
El Impacto de los extremos: De la ruptura de récords a la alerta de déficit
Los informes de inundaciones en 2025 documentan un año con precipitaciones superiores a la media anual. En distritos como Trenque Lauquen y Junín, se han reportado lluvias que superaron los 1.100 mm (casi un 30% más de la media) en pocos meses, llevando a la saturación de las napas (cuyo nivel subió drásticamente) y al anegamiento de decenas de miles de hectáreas dedicadas a la agricultura y la ganadería.
Paradójicamente, la información climática más reciente indica un cambio de tendencia. Los modelos del INTA Castellar proyectan un "déficit" de lluvias para el trimestre noviembre, diciembre y enero, con temperaturas encima de lo normal. Esto implica que el sistema hídrico regional debe pasar en un breve lapso de lidiar con el exceso de agua (responsable de la emergencia agropecuaria) a enfrentar la escasez, poniendo en riesgo la planificación de la siembra tardía y los rendimientos de la próxima cosecha.
La conexión con la infraestructura deficiente
La recurrencia de la crisis hídrica no solo se explica por el clima, sino por la deficiente gestión del agua. Las notas vinculadas a las inundaciones ponen el foco en la falta de mantenimiento de canales y las obras de infraestructura inconclusas (como las relacionadas con la Cuenca del Río Salado). Esta falencia institucional es clave: el exceso de precipitaciones se convierte en inundación porque el agua no tiene dónde ni cómo escurrir.
La falta de planificación agrava las pérdidas productivas. La urgencia del sector no es solo recibir asistencia económica para las hectáreas perdidas, sino que se concreten las obras hidráulicas estructurales que permitan drenar los excesos sin provocar catástrofes, y al mismo tiempo, gestionar el agua para períodos de sequía, un escenario que ahora se asoma en el horizonte.
Desafío a futuro
La relación entre el clima volátil y las inundaciones recurrentes configura el mayor desafío productivo y político de la región. El campo bonaerense debe prepararse no solo para la lluvia, sino para la alta frecuencia de eventos extremos. Esto requiere una gestión hídrica urgente que trascienda la coyuntura política, priorizando la inversión en drenajes y reservorios que puedan mitigar tanto la catástrofe por exceso (inundación) como la crisis por defecto (sequía). La estabilidad económica de la región depende de que se logre esa adaptación estructural al nuevo régimen climático.









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