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Liturgia de la Palabra: 10 de Mayo


 Prefacio de Pascua.

LECTURA Hech 9, 31-42

Lectura de los Hechos de los Após­toles

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo. Pedro, en una gira por todas las ciudades, visitó tam­bién a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años. Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te devuelve la salud: levántate, y arregla tú mismo la cama». Él se levantó en seguida, y al verlo, todos los habitantes de Lida y de la llanura de Sarón se convirtieron al Señor. Entre los discípulos de Jope había una mujer llamada Tabitá, que quiere decir “gacela”. Pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas. Pero en esos días se enfermó y murió. Después de haberla lavado, la colocaron en la habitación de arriba. Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, enterados de que Pedro estaba allí, enviaron a dos hombres para pedirle: «No tardes en venir a nosotros». Pedro salió enseguida con ellos. Apenas llegó, lo llevaron a la habitación de arriba. Todas las viudas lo rodearon y, llorando, le mostraban las túnicas y los abrigos que les había hecho Tabitá cuando vivía con ellas. Pedro hizo salir a todos afuera, se puso de rodillas y comenzó a orar. Volviéndose luego hacia el cadáver, dijo: «Tabitá, levántate». Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la tomó de la mano y la hizo levantar. Llamó entonces a los hermanos y a las viudas, y se la devolvió con vida. La noticia se extendió por toda la ciudad de Jope, y muchos creyeron en el Señor. Palabra de Dios.

Comentario: San Pedro toma el liderazgo y a partir de ahora guía a la comunidad para la evangelización no solamente de judíos sino de paganos. A su vez, la comunidad camina en la construcción del Reino con su oración, trabajo y la caridad entre unos en favor de otros. Y san Pedro encarna a Jesús curando y restituyendo la vida.


SALMO Sal 115, 12-17

R. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?

¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salva­ción e invocaré el Nombre del Señor. R.

Cumpliré mis votos al Señor, en pre­sencia de todo su pueblo. ¡Qué peno­sa es para el Señor la muerte de sus amigos! R.

Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el Nombre del Señor. R.

ALELUIA Cf. Jn 6, 63. 68

Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida: Tú tienes palabras de Vida eterna. Aleluia.


EVANGELIO Jn 6, 60-69

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre uste­des algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Se­ñor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». Palabra del Señor.

Comentario: Sin duda que es difícil en­tender la radicalidad y el cambio de vida al que invita Jesús. Y por esta razón muchos claudican, pero san Pedro, en nombre de sus compañeros, reconoce en él y en sus palabras que está la vida. La felicidad que Cristo nos ofrece es tan luminosa que muchos no la ven. Pero, claro, cuando a veces esta felicidad verdadera se oculta, se acobardan, se alejan, se amedrentan y, como muchos de los discípulos, ven como inadmisibles las palabras de Jesús.

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